Sobre el Compromiso (con ‘C’ mayúscula)

30 diciembre, 2013

Nueva imagen (2)Ancelotti dio un toque a sus jugadores tras la inapelable derrota en el derby madrileño apelando a lo más clásico y tópico del fútbol: la actitud. Ayer, los jugadores, molestos, pidieron una reunión con el técnico italiano para exigir(se), unos a otros (se entiende), compromiso. Compromiso y actitud, dos palabras circulares, que sirven para todo, pero que nada explican.

Hace un año, facilitando las ‘7P para potenciar personas’ con los técnicos y staff de la selección mexicana de fútbol, momentos antes de comenzar el séptimo y último taller, me llegó un mensaje desde España informándome que había fallecido de un infarto mi estimado Manolo Preciado, justo un día antes de su presentación como entrenador del Villareal CF. La noticia me llenó de pena y tristeza pero, tenerle presente durante aquellas cuatro horas, precisamente en el taller del Compromiso, generó un espacio, con una energía y emoción tan cálidas, que guardo un recuerdo imborrable de aquel momento.

Si hablamos del Liderazgo como la actitud imprescindible para generar Compromiso auténtico (con ‘C’ mayúscula), siempre me viene a la cabeza la imagen de Manolo Preciado, un verdadero referente, así reconocido por todos en el planeta fútbol, incluso antes de fallecer… para variar.

A veces, utilizamos el ejemplo de los huevos con beicon para ilustrar la diferencia entre obligación y compromiso. Para cocinar este plato, ¿quién está más comprometido, el cerdo o la gallina? La gallina pone los huevos, hace lo que debe y cumple correctamente con su tarea. La gallina está implicada. El cerdo, por otra parte, va más allá de lo exigible y se deja la vida en el empeño. El cerdo está realmente comprometido. Manolo, sin duda, era el cerdo del ejemplo por excelencia.

Conocía desde hace mucho a Manolo Preciado. Ya fue una referencia en la conquista de derechos laborales para los futbolistas cuando los tiempos eran realmente duros. Los que, como él, daban la cara en aquel momento, ponían en juego sus contratos y sus carreras. Asumían grandes riesgos por los demás y se la jugaban por todos. Una vez más, Humildad y Compromiso auténtico.

Desde la distancia, le ví afrontar situaciones verdaderamente límite, ante las que un cese sería un juego de niños. Le admiré mucho como entrenador pero, sobre todo, me descubro ante la persona. La vida le golpeó con extrema dureza y él se reponía una y otra vez, con una entereza y valentía incomparables (resilencia se diría ahora). Sin rencor ni resentimiento, al contrario, contagiando a todos su increíble capacidad para disfrutar de la vida y del fútbol.

Trabajador, sensible, cercano, integro, humilde, valiente y alegre eran algunos valores que definían una personalidad arrebatadora. Manolo se dejaba la vida por sus jugadores y, cómo no, sus jugadores morían por él. Su liderazgo ha dejado huella en todos los futbolistas que tuvieron el privilegio de trabajar a sus órdenes. Él no tenía ‘gallinas’ en su vestuario.

Dos meses antes de morir, en un taxi, durante un gigantesco atasco en Madrid, tuve una larga conversación con Manolo y, hablando de lo estresante que era su profesión, le pregunté hasta cuándo tenía intención de seguir en los banquillos. Él, me miró a los ojos, sonrió y, con su socarrona voz de siempre, me respondió; “hasta el día que me muera”. Como siempre, cumplió. En nuestras formaciones de coaching y liderazgo en España siempre sale (y seguirá saliendo) el nombre de Manolo Preciado, como referente de entrenador generador de Compromiso.

La gran mayoría de los técnicos y entrenadores que acuden a nuestras aulas, de cualquier deporte y categoría, coinciden en que es, precisamente, conseguir el Compromiso, uno de los retos más importantes a los se enfrentan. Escribo Compromiso con ‘C’ mayúscula para diferenciarlo del otro compromiso, con minúscula, el que se exige y se reclama, en público y en privado, como una receta milagrosa cuando las cosas se complican.

La verdad es que me rebelo cada vez que escucho, habitualmente, declaraciones del tipo; “el equipo está muy comprometido”… “yo estoy muy comprometido”… “el Club está comprometido”. Es una palabra que, utilizada de esta manera, queda vacía de contenido, una palabra circular que, como decía al principio, sirve para todo, pero nada explica. Si no se concreta y se demuestra diariamente con acciones, decisiones y comportamientos visibles, está absolutamente desnaturalizada. Es por esto que, siempre que escucho esa declaración, me hago la misma pregunta; “realmente, ¿con qué está comprometido tu equipo?”… “¿con qué estás comprometido tú?…”

El Compromiso es necesario cuando se acaba la diversión, cuando la cosa se complica, cuando empiezan las dificultades… y, en el deporte, antes o después, cada temporada, por arriba o por abajo, siempre lo hace. Es ahí, en ese momento, cuando se descubre si hay o no hay un equipo compuesto por personas Comprometidas, al servicio de sus compañeros y del Equipo.

El Compromiso (con mayúscula) es una elección. Se trata de elegir a qué valores y a qué actitudes estoy diciendo que SÍ con mi Compromiso y a qué digo que NO. Comprometerse es un acto radical y una decisión absolutamente personal. Nadie puede obligarme y no se puede exigir… pero es imprescindible para poder aspirar a convertirte en la mejor versión del jugador y del equipo que puedas llegar a ser.

Trabajo cada semana con entrenadores y aprendo mucho de ellos. Entiendo cómo se sienten, qué piensan y cuáles son sus mayores miedos. Conozco sus dificultades, la complejidad de su tarea y soy muy consciente del desafío que supone hacer frente diariamente a su responsabilidad bajo la espada de Damocles de los resultados. Ellos saben que ya no basta con el ‘ordeno y mando’ para conseguirlos. Saben que no es suficiente con utilizar el poder que te confiere el cargo para alcanzar el máximo rendimiento de jugadores y equipos. Ya no funciona así. Lo saben bien.

Hay algunos que se atreverán a cambiar y otros que no. Los primeros seguirán adelante disfrutando de su pasión y, los segundos, poco a poco, se quedarán fuera. El cambio es inevitable. El fútbol sigue siendo parecido, pero los futbolistas son muy diferentes. Ya no se aceptan capataces ni sargentos de hierro, no es suficiente con entrenar deportistas, se necesitan, se exigen, Líderes inspiradores y al servicio de sus jugadores.

Quizá, en el mejor de los casos, a los primeros, todavía les alcanza para obtener su obediencia, por miedo a las consecuencias generalmente, pero ni de lejos les sirve para conseguir su Compromiso. Ese es un regalo personal de cada jugador y, si te lo hacen, es porque te lo has ganado. El regalo es creer y confiar en ti, para seguirte hasta el infinito y más allá. Entonces, y solo entonces, suceden cosas extraordinarias…

Imanol Ibarrondo

«Pillapilla» (conversaciones transformadoras)

30 diciembre, 2013

Nueva imagen (1)Era el típico entrenamiento de sábado, previo al partido del domingo. Como había llovido toda la semana, el campo estaba muy blandito y, como tantas veces, entramos a hurtadillas en el parque municipal junto al estadio, aprovechando que no estaban los jardineros, para completar el calentamiento sin pisar el terreno de juego.

Al parecer, el entrenador tenía un día un tanto juguetón, algo absolutamente inusual en él, y uno de los ejercicios consistía en jugar al “pillapilla encadenado”. Es divertido. En un espacio limitado y suficiente para poder correr y moverse bien, uno la lleva y tiene que tocar a otro. Cuando lo hace, ambos se dan la mano y, sin soltarse, deben tocar a un tercero que se suma a la cadena. Y así, sucesivamente, hasta que no queda nadie libre.

Aquel día, supongo que gracias a mi excelente juego de cintura, flexibilidad y agilidad prodigiosa (si era durito al natural, no os cuento a las 9:30 de la mañana y con una tendinitis que me obligaba a llegar al baño a cuatro patas, tras dejarme caer de la cama). En fin, que aquella mañana anduve fino y quedé libre hasta el final. En la última ronda, con todo el equipo encadenado y estrechando el círculo hasta el punto que ya no había salida posible (por lo menos, yo no la veía) decidí echarme encima de todos para acabar el juego echando unas risas. Error. Mala elección.

En ese momento retumbó un trueno. Todos pudimos escuchar con claridad su grito (todavía me llega el eco): “¡Lo sabía!… ¡Eres un perdedor!… ¡No eres competitivo!… ¡Nunca lo has sido y nunca lo serás!…”. Esa fue su sentenciaGané el juego, pero perdí mucho aquel día.

Lo cierto es que podemos olvidar todo lo que nos diga o haga un entrenador, pero lo que no olvidamos nunca es cómo nos hizo sentir. Aún hoy, cuando lo estoy escribiendo, recuerdo perfectamente el impacto que tuvo en mí aquella demoledora declaración, resonando como un disparo, delante de todos mis compañeros. Estuve mucho tiempo sin entender cómo pudo decirme algo así. Ahora lo comprendo.

Él tenía ‘su’ razón, bajo su punto de vista, no ‘estaba siendo’ competitivo, pero su sentencia fue tan definitiva como desafortunada. ‘Ser’ y ‘estar siendo’ no es lo mismo. En la primera estamos etiquetando a la otra persona y eliminamos la opción de que pueda cambiar, corregir, aprender y mejorar. Con la segunda expresión, creamos un espacio para que pueda hacerlo e incluso, nos ponemos en la mejor disposición para ayudarle a conseguirlo.

Nuestra mente es muy obediente y, si sembramos una etiqueta limitante respecto a cualquiera, ya se encargará ella en adelante de que solamente veas aquello que confirma y refuerza ese pensamiento. Lo demás, lo que vaya en contra de la etiqueta, resultará invisible.

Este sencillo cambio de ‘eres’ por ‘estás siendo’ abre muchas posibilidades para establecer conversaciones transformadoras, para ser curioso, para preguntar y escuchar, para ayudar a tomar consciencia, para descubrir, para aprender y crecer y, sobre todo, para poder seguir creyendo que es posible cambiar y construir nuestro propio futuro, así como ayudar a otros a hacerlo con el suyo.

Ahora sé lo que esperaba el entrenador cuando descargó su ira sobre mí en aquel momento del ‘pila pilla’. Él esperaba de mí que no me rindiera, que hiciera todo lo posible por superar aquella dificultad máxima del juego, que no bajara los brazos, que siguiera peleando, que estuviera presente en el juego y centrado hasta el final. Que no me saliera del ejercicio. Él confiaba en mí pero era incapaz de expresarlo. De ahí su frustración, su enojo y su rabia.

A él, lo que le disgustó fue comprobar que reaccionaba igual que lo hacía en el campo y que, en las situaciones límite, cuando la cosa se ponía muy complicada, me salía del partido y no asumía mi rol. Prefería pactar una rendición honorable con el enemigo que competir hasta el final. Ser competitivo no es querer ganar, eso lo queremos todos. De hecho, si fuera solamente eso, si ganador viene de ganas, yo sería el mejor porque tenía más ganas e ilusión que cualquiera. No es tan sencillo. Se trata de poner todos los medios necesarios para poder ganar; sacrificio, ilusión, emoción, energía, perseverancia, optimismo, pasión, resistencia extrema, determinación, deseo de ganar siempre, de crecer, de mejorar… Ahí la cosa se complica. Ahí ya llegan muy pocos… sin ayuda.

No sé qué hubieras hecho tú en mi situación… pero si me imagino a Puyol siendo el último en el ‘pillapilla’, le veo intentando subirse a algún árbol, tirarse por encima de los arbustos, intentar pasar de un salto por encima de todos o por debajo de las piernas de algún despistado encadenado…en fin, le veo sin rendirse, peleándolo hasta el final, concentrado en el juego, atento a cualquier posibilidad, con alegría pero en alerta máxima, siendo un ejemplo de actitud para todos los demás ‘encadenados’ de su equipo. Le veo exactamente igual que en el campo.

Yo no lo hice así y, un entrenador con habilidades básicas de coaching, hubiera tenido ahí una excelente oportunidad para, primero, no reaccionar como lo hizo, con absoluta falta de autocontrol, y segundo, conversar conmigo ayudándome a sacar, de esa experiencia, un gran aprendizaje para trasladarlo al campo y para crecer dos palmos en un área fundamental para mi crecimiento profesional y personal. Prefirió hacer otra cosa. Eligió desahogar su frustración. Me sentí humillado. Sin duda, la suya fue tan mala elección como la mía.

Qué podría haber sido diferente si hubiera aprovechado esa situación para, en otro momento, comentar conmigo lo sucedido, revisar mi comportamiento en el campo relacionándolo con ese ejercicio, tomar consciencia de qué impacto tiene mi reacción en el equipo, qué podría ser sería diferente si, la próxima vez que perciba ese momento en el campo, tome consciencia de lo que (me) está pasando para poder ofrecer una respuesta mejor, más consciente, más beneficiosa y positiva para mí y para mi equipo.

El ‘pillapilla’ quizá podría haber sido un punto de inflexión para mi, un descubrimiento concreto, de gran impacto, un regalo de auto-conocimiento que me hubiera impulsado e inspirado a ponerme a trabajar de inmediato en mi propio plan de acción para mejorar esa área del rendimiento fundamental en cualquier deportista.

Sir John Withmore, referente mundial del coaching, resume en dos palabras lo que para él significa esta disciplina; consciencia y responsabilidad. El entrenador puede funcionar como una gran antena que recoge permanentemente datos e información, invisible para el deportista, y se la ofrece (dar feedback) para que pueda decidir, consciente y responsablemente, qué es lo que quieren hacer con ella, para generar conversaciones transformadoras que le sirvan para cambiar su realidad, para crecer y para acercarse, poco a poco, a la mejor versión del jugador que pueda llegar a ser.

Imanol Ibarrondo

Reflexiones sobre liderazgo (y III)

30 diciembre, 2013

Nueva imagen (3)Era un partido de play off para el ascenso a 2ª. Quien lo ganara tenía casi asegurado el premio gordo de salir del pozo de la 2ªB para volver al fútbol profesional. Nosotros lo necesitábamos imperiosamente. Tras el descenso de la temporada anterior, el Club había hecho el esfuerzo de mantener los contratos para volver a subir en un año, y todos lo sentíamos como una obligación. Jugábamos en casa, donde solo habíamos encajado un gol en toda la temporada… la cosa pintaba bien.

Era el partido de vuelta (habíamos perdido fuera, uno a cero) y debíamos ganar, a poder ser por dos de diferencia, para conseguir el objetivo. El resultado era de 2-0 en el minuto 40 de la primera parte y estábamos jugando un auténtico partidazo. En los fatídicos cinco últimos minutos del primer tiempo encajamos dos goles y entramos al vestuario totalmente desconcertados.

En ese momento se desató un huracán. El entrenador, presa de un terrible secuestro emocional y sumido en un ataque de ira y de furia incontenible, se dedicó durante quince interminables minutos, a desahogar sobre nosotros toda su rabia y su frustración, dirigiéndonos todo tipo de descalificaciones, amenazas, insultos y humillaciones. No hubo forma de ponerse a cubierto.

En la segunda parte el equipo dejó en la caseta su corazón recuperándose del impacto y jugamos a nada, sin alma, perdimos 2-3, no ascendimos y él, además de castigarnos con unas increíbles palizas físicas durante las últimas dos semanas de competición, no volvió a dirigirnos la palabra hasta que acabó la temporada. Se dice que podemos olvidarlo que nos dijeron o lo que nos hicieron, pero que nunca olvidamos lo que nos hicieron sentir. Doy fe de que es cierto. Nunca olvidaré aquella experiencia.

No sé si el resultado hubiera podido ser diferente o no, lo que sí tengo claro es que aquellos terribles quince minutos no ayudaron en nada a que saliéramos al campo en la mejor disposición emocional y mental. Seguramente, el entrenador tenía toda la razón en su análisis de los errores cometidos, en cómo teníamos que haber defendido, en que faltó la concentración y en todo lo demás… pero, en ese preciso momento, no tocaba nada de eso. No se trataba de tener razón (cuestión del ego), sino de alcanzar el objetivo; ganar el partido.

Probablemente, el auto-control emocional sea una de la competencias que más y mejor debe dominar un Líder. Ser víctima de un secuestro emocional como el de la historia, te deja impotente y sin acceso a todos tus recursos, hace que reacciones de forma descontrolada en lugar de buscar la respuesta más adecuada para cada situación, e impide que puedas ejercer el rol de Líder, al servicio de tus jugadores, que, en momentos de gran tensión y responsabilidad como aquél, resulta imprescindible. Es precisamente en medio de la tempestad cuando se requiere liderazgo. No hace falta capitán cuando el mar está en calma.

En estos últimos años de estudio, formación y práctica profesional en coaching y liderazgo en el ámbito deportivo, he tomado consciencia de que el Valor esencial que distingue a los grandes líderes, también en el deporte, es la Humildad, que no es hacerse de menos, sino pensar antes en los demás que en mí mismo. Antes, confundía la humildad (profunda) con la modestia (superficial), pensaba que eran más o menos sinónimos. Ahora lo veo muy diferente. Para ser realmente humilde, hay que tener un enorme nivel de confianza y de seguridad en uno mismo. Hace falta mucho valor y coraje para atreverse a brillar y ser luz para otros/as, para ponerse al servicio de los demás, para escuchar y preguntar, para mostrarse abierto, disponible y vulnerable, para sostener y transformar emociones, para desdramatizar, para preguntarse ‘¿qué necesitan de mí ahora?, ¿cómo les puedo ayudar?, ¿quién necesito ser en este momento?,¿quién quiero ser en esta situación?, ¿cuál es el reto aquí para mí?… seguro que no es una tarea sencilla, quizá por eso haya tantos entrenadores y tan pocos líderes auténticos.

Pensaba que la Humildad venía de serie, o eres o no. Ahora sé que se puede aprender, practicar y desarrollar. La empatía, es la habilidad que te conecta realmente con al Humildad, que te facilita poder ponerte en los zapatos de otro/s, pero quitándote previamente los tuyos, dejando al margen todos tus juicios, tus emociones, tus creencias, tus certezas y verdades absolutas, para tener una comprensión mucho más profunda de la realidad de los demás, para entender e identificar claramente cuáles son sus necesidades, de manera que, cuando vuelves a tus zapatos, estás deseando hacer algo para ayudarle/s, para ponerte, de verdad, a su servicio.

A veces, confundimos estar al servicio de las necesidades de las personas a las que debemos liderar, con ser esclavo de sus deseos y estar a su merced. Gran error. Ser esclavo es hacer lo que otros quieren, mientras que servir es hacer lo que otros necesitan. Hay una diferencia abismal entre satisfacer deseos y satisfacer necesidades. De hecho, casi nunca coinciden.

En aquel inolvidable descanso de 15 minutos, el equipo no necesitaba la brutal y descontrolada descarga de gritos y descalificaciones con que nos recibió y, posiblemente, la actitud de nuestro emocionalmente secuestrado entrenador, habría sufrido una radical transformación, si se hubiera dado un poco de tiempo, un minuto, para hacerse a sí mismo una sencilla pregunta: ¿qué necesitan AHORA mis jugadores de mí?

Imanol Ibarrondo

Reflexiones sobre liderazgo (II)

30 diciembre, 2013

Nueva imagen (2)Hace un par de semanas se celebró en Madrid el I Congreso Internacional de ASESCO (asociación española de coaching) en el que tuve el privilegio de participar como ponente.

El título de mi conferencia era: “De entrenador a Líder. ¿Qué harías si no tuvieras miedo?” Dediqué una semana a preparar una ponencia de dos horas, con unas 40 diapositivas, 3 ó 4 vídeos geniales y un taco de citas deslumbrantes. Me quedó genial…o eso pensaba yo.

Con plena confianza en el éxito que me esperaba, llegué por la mañana al salón del Hotel donde se celebraba el Congreso, y asistí a las conferencias que, desde las 9h., se desarrollaron durante todo el día; Javier Carril, Viviane Launer y Marcos Urarte estuvieron impecables. Mi participación estaba programada para las 18:30h, pero con los retrasos acumulados, tras la última pausa, los 200 coaches asistentes al Congreso, volvieron a entrar al salón sobre las 19h. Hacía calor, era tarde, la gente estaba cansada y dispersa. Empecé a preocuparme…

Por una parte pensaba, “te has currado una presentación muy chula, la sueltas y se acabó. No es cosa mía que estén cansados/as o que sea tarde. Seguro que habrá algunos que la aprovechen y, el resto… ellos/as se lo pierden. No es mi problema”. Esas cosas me decía mi ‘saboteador’ y yo no sabía bien qué hacer.

Por otro lado, mi intuición me insistía en que no tocaba soltar mi rollo y hablar de mi libro… que esas personas, en ese momento, necesitaban otra cosa. Cuando todos estuvieron sentados, expresé en alto lo que estaba sintiendo y decidí preguntar.  Preguntarles. ¿Cómo estáis?,  que levante por favor la mano quien esté cansado, ¿quién está ya un poco saturado?… ¿aburrido/a?… ¿pletórico/a?… ¿quién está pensando ya en lo que tiene que hacer después?… ¿en baños, cenas y cuentos?… ¿a quién le apasiona el deporte?… ¿y los/as deportistas?  Que levante la mano quien….  Así lo hice.

Escuché toda esa información, confirmé mis sospechas y decidí que tocaba otra cosa. Algo más dinámico y participativo. Algo que les mantuviera presentes y conectados, a pesar del cansancio y la hora. Sí, ya sé que podía haberlo pensado cuando estaba preparando la ponencia, que ya sabía que era la última del día y demás… pero no lo hice entonces. Falta de experiencia, de previsión, no sé, pero allí estaba, en ese instante, con todo en el aire y todo por hacer.

Decidí cambiar la ponencia, enseñando más de lo que soy y menos lo que hago. Decidí atreverme y ofrecer algo de corazón. En ese momento, decidí ponerme de verdad a su servicio y aceptar que no se trataba de mí, sino de ellos/as, que el objetivo de esas dos horas no era satisfacer mi necesidad de reconocimiento, ni demostrar mi supuesta competencia y habilidades, sino satisfacer el ‘hambre’ que había en la sala, su curiosidad, sus ganas de confirmar y reforzar su creencia de que el coaching es realmente transformador, que los deportistas y entrenadores lo necesitan y lo reciben con los brazos abiertos, que hay un enorme campo por explorar y que, cada uno/a de los 200 participantes del Congreso tenía (tenemos) una gran oportunidad de desarrollo personal y profesional como coaches… si lo deseamos de corazón.

Pasé de las diapositivas, los vídeos y las citas, trabajamos en algunas dinámicas y compartimos la experiencia de sentir el impacto de la presencia, de conectar, aunque sea brevemente, con la esencia de cada uno, de agradecer y honrar a los que, alguna vez nos vieron como bellotas, experimentamos el sorprendente impacto de la ‘mirada bellotera’, nos reímos mucho de nosotros mismos y de nuestros mezquinos ‘saboteadores’ y descubrimos la fuerza de creer para poder crear, consiguiendo generar un espacio de ilusión, energía y esperanza para los asistentes.

Cuando acabamos (las dos horas pasaron en un suspiro), sentí que había sido útil, que había sido capaz de ampliar mi ‘zona de confort’ y que había tenido el coraje y la confianza necesarias para ponerme realmente a su servicio. Me sentí pleno y agradecido. Quizá, liderar, sea sencillamente eso, tener el valor de ponerte al servicio de los demás para ayudarles a ser mejores, conectando con sus necesidades (que no coinciden necesariamente con sus deseos) y respondiendo adecuadamente.

Por tanto, si liderar es servir, tengo la certeza de que todos hemos sido líderes alguna vez, en el colegio, con un amigo/a, en un equipo, en el trabajo o en cualquier ámbito de nuestra vida, seguro que, cada uno de nosotros/as, hemos ejercido una influencia positiva sobre alguien. Posiblemente, en esas ocasiones, le escuchamos con atención, le preguntamos con verdadera curiosidad, le reforzamos y potenciamos, creímos en él/ella, le ayudamos a relativizar y desdramatizar, a descubrir otras interpretaciones de su realidad, le sostuvimos, en definitiva, le ayudamos a ser mejor.

Imanol Ibarrondo

Se acabó el recreo

30 diciembre, 2013

Ayer, en un encuentro casual con Miguel Gutiérrez, fisio de La Roja desde la época de Clemente, y conversando sobre el delicado momento de la retirada de los futbolistas, esa decisión que se pospone hasta que finalmente suele ser el fútbol el que te deja a ti, recordé una Jornada de coaching que hicimos con los entrenadores valencianos y en la que, gracias a la generosidad de un voluntario de lujo (futbolista profesional con varios títulos en su ya dilatada trayectoria), que tuvo la generosidad de compartir con todos nosotros su experiencia, tuvimos la oportunidad de revivir con intensidad una emoción clásica y universal en el deportista profesional; el final de su carrera.

n_valencia_varios-57183El actual director deportivo del FC Barcelona, Andoni Zubizarreta, se despidió del fútbol en una rueda prensa que concluyó diciendo; “se acabó el recreo”. Es una metáfora excelente que refleja cómo debería vivir su carrera un deportista profesional porque, antes o después, llega el último entrenamiento, el último partido, la última entrevista y luego… se acabó. Se apagan las luces y los focos se dirigen a engullir al próximo, al nuevo, al que te sustituye… tú ya eres historia.

No conozco ningún ex abogado, ni tampoco ex médicos, ex músicos o ex periodistas.  En cambio, sí existe la figura del ex futbolista. Ser ex de algo, y tener la capacidad de re-inventarse, exige casi siempre un período de adaptación, así como superar la crisis que se produce en el momento del cambio.

Has sido futbolista desde los 10 hasta los 30 y pico años, has vivido intensamente el fútbol, le has dedicado toda tu vida y la sensación de ‘pérdida’ es inevitable. Pero tú todavía te sientes futbolista, ¡eres futbolista!, esa es tu identidad, fortalecida por todos los que durante este tiempo te han admirado, respetado y envidiado por haber conseguido lo que, la gran mayoría, alguna vez solamente soñó con ser.

Ahora debes desprenderte de tu identidad… y eso duele, duele mucho. Como cualquier pérdida importante provoca dolor, una gran tristeza e, incluso, depresión. Y eso nos da miedo. No estamos dispuestos a reconocer que estamos tristes, muy tristes.

Tras más de 10 años de experiencia en la Junta Directiva de AFE (Asociación de futbolistas profesionales), puedo afirmar que esta sensación de ‘pérdida’ es universal y afecta a jugadores de todas las categorías, independientemente del patrimonio que cada uno haya podido conseguir en su carrera. De hecho, este sentimiento de pérdida y de tristeza es más acentuado en jugadores de élite que en los de 2ªB ya que, aunque los últimos se hayan sentido tan futbolistas como los primeros, no han estado tan expuestos en primera línea y, además, han tenido la necesidad (y la oportunidad) de reorientar su futuro profesional, incluso, compaginándolo con el fútbol.

Ante esta situación de tristeza no reconocida, en muchas ocasiones, se actúa de una forma irracional y poco recomendable. Lo hacemos así porque en nuestro interior pensamos; “¡Cómo demonios voy a estar triste, si soy un privilegiado!… ¡Qué va a pensar la gente!… No tengo derecho a estar triste”. Tenemos una sensación de culpa que nos mortifica pero, ¡por supuesto que tienes derecho a estar triste!. De hecho, es necesario.

Ya no hay partidos, ni concentraciones, ni viajes, ni peñas, ni ‘saraos’, ni entrevistas…. y estando acostumbrados a ese ritmo de gran actividad y, presos de la confusión que nos embarga, nos lanzamos a un activismo desmesurado Nos arriesgamos inversiones erróneas, proyectos empresariales inadecuados o negocios que nos proponen en los que ponemos sobre la mesa lo mejor que tenemos; nuestra imagen y prestigio a cambio de… nada o casi nada.

El riesgo de esta secuencia es que genera más confusión y finalmente puede acabar afectando a lo más importante: a nosotros y a nuestras relaciones personales y familiares.

Lo cierto es que una gran pérdida como la que sufre un jugador (su identidad de futbolista) y la gran tristeza que esta situación genera, solamente puede superarse de una manera; gestionando el duelo convenientemente. Se trata de reconocer que estamos tristes (incluso deprimidos), sentir esa emoción y abrir un período de reflexión y de adaptación a la nueva realidad. Calma, tranquilidad, no hay prisa. Lo primero es superar la tristeza, echar unas lagrimitas y cicatrizar bien, para poder seguir adelante.

Siendo la capacidad de anticipación una de las cualidades técnicas más apreciadas en un futbolista, parece razonable pensar que habría que desarrollar esta capacidad también en otros ámbitos. El impacto que esta pérdida tiene en cada ex jugador (persona) viene directamente determinado por su capacidad para manejar convenientemente el estado de tristeza que inevitablemente se produce.

Para ello, es fundamental que el deportistas disponga de una formación integral y de un entrenamiento emocional y mental durante su carrera profesional que le permita, por un lado, aumentar su rendimiento deportivo mientras está en activo y, por otro (y no menos importante), aprovechar su vida deportiva para ir construyendo, poco a poco, su ‘otra identidad’, desarrollando, entre otras habilidades y competencias, los recursos necesarios para poder conocer y manejar adecuadamente sus emociones, como por ejemplo, la tristeza del adiós.

Imanol Ibarrondo

Vulnerabilidad, ¿debilidad o fortaleza?

2 noviembre, 2013

NO-LO-SÉEl Diccionario de la Real Academia define la palabra vulnerabilidad como la capacidad para poder ser herido física o moralmente. Desde este punto de vista, es razonable que muchas personas consideren la vulnerabilidad como una debilidad. Son personas que tienen firmemente arraigadas creencias como: “los demás están esperando a ver tu punto flaco para atacarte”, “hay mucho tiburón esperando el momento adecuado”, «al enemigo, ni agua», “no se puede bajar la guardia, hay que estar siempre alerta”…

Por el contrario, quienes ven la vulnerabilidad como una fortaleza, creen que mostrarnos vulnerables es lo que nos hace más humanos, más cercanos, más confiables. La vulnerabilidad es precisamente los que nos permite conectarnos con los demás.

Si analizamos esta distinción desde el punto de vista de coaching, como habilidades conversacionales, podemos deducir que, las personas que creen que vulnerabilidad = debilidad, tienen limitado el acceso a cierto tipo de declaraciones y que mostrarán dificultades, por ejemplo, para decir “no sé”, para dar las gracias, o cuando necesiten expresar cómo se sienten, o reconocer que ellos solos no pueden y que necesitan de la ayuda de los demás.

Las personas que creen que vulnerabilidad = fortaleza, tienen más conversaciones disponibles. Pueden decir “no sé”, “necesito ayuda”, “yo solo no puedo”. Pueden hablar de lo que les pasa, de cómo se sienten, de lo que les falta, de lo que les preocupa, de lo que les da miedo, de lo que necesitan de los otros. Pueden dar las gracias y reconocer las virtudes de los demás. Pueden declarar admiración o deseo de emulación.

Las personas que creen que vulnerabilidad = debilidad, están más cerradas al aprendizaje, les falta la capacidad para decir “no sé”, “necesito ayuda”, dos declaraciones fundamentales para iniciar cualquier proceso de aprendizaje. El desarrollo, la evolución personal y profesional, es más difícil cuando alguien se dice a sí mismo “ya sé”, “no necesito ayuda de nadie”. Por otra parte, con estas actitudes, los otros reaccionan desvinculándose y mostrando poco interés por ayudar, por dar un consejo o un feedback. “Si ya lo sabes todo, adelante, verás cómo me voy a reír cuando te equivoques”.

Las personas que creen que vulnerabilidad = fortaleza, están más abiertas al aprendizaje, porque son capaces de tener las conversaciones necesarias para reconocer sus dificultades, para pedir ayuda y, sobre todo, para aprender de todo lo que los demás tienen para ofrecerles. Cuando nos encontramos con personas que muestran esta actitud, lo más probable es que nos mostremos mucho más abiertos a compartir nuestras experiencias, a enseñarles. Y seguramente nos mostraremos más comprensivos cuando cometan errores.

Las personas que creen que vulnerabilidad = debilidad viven el error de una forma muy negativa, procuran esconderlo, que no se vea, que nadie se dé cuenta. “Si me descubren, me van a machacar”. En algunos casos, encontramos personas que resuelven esta dificultad para afrontar los errores, negándoselos incluso a sí mismos: “Yo nunca me equivoco”, “Yo siempre tengo razón”.

Las personas que creen que vulnerabilidad = fortaleza, no necesitan esconder sus errores, los afrontan con humildad, los aceptan como una oportunidad para aprender, no como un fracaso. Saben que todo el mundo se equivoca alguna vez, que errar es humano.

Las personas que creen que vulnerabilidad = debilidad, generan más antipatía a su alrededor. Los demás ven claramente sus dificultades (aquellas que tanto se esfuerza en ocultar son precisamente las más evidentes), pero juzgan prepotente, vanidosa o poco humilde su actitud. Por eso, cuando tienen un fallo, los demás se alegran e incluso lo celebran. ¡A fin de cuentas es de carne y hueso, como todos! Esta reacción vengativa de los otros, tiene el efecto de reforzar todavía más la creencia de origen: “¿Lo ves? los demás esperan ver mi punto débil para atacar”. No se dan cuenta de que es precisamente esa creencia la que genera la reacción de los demás y no al contrario.

Las personas que creen que vulnerabilidad = fortaleza, generan más simpatía a su alrededor. Los demás ven claramente sus dificultades pero también ven que las afronta con honestidad y con humildad, que están abiertos a aprender y a pedir ayuda. Por ese motivo, cuando tienen un fallo, una limitación o una necesidad, no intentan negárselo ni lo ocultan ante los demás y, con esta actitud, encuentran más comprensión y solidaridad.

Artículo de Myriam Sáez de Ocáriz

Llevando esta distinción al mundo del deporte, un/a entrenador/a tendrá notables dificultades para alcanzar un liderazgo auténtico sin tener en cuenta estas reflexiones. Un técnico que no dispone de las habilidades conversacionales necesarias para decir “no sé”, “necesito tu ayuda”, “yo solo/a no puedo”, “gracias”, “admiro lo que haces”, “Tengo dudas”, “Estoy preocupado/a”, etc., tendrá seguramente bastantes complicaciones para liderar equipos: dificultad para hacer reconocimientos auténticos, para conectar emocionalmente y con fuerza con grupo, para manejar sus emociones y las del equipo, para transformarlas, para gestionar con serenidad los errores, para empatizar y ponerse en los zapatos de sus jugadores/as, para entusiasmar, para crear visiones inspiradoras y compartidas con el grupo, para ser curioso/a, para preguntar y para escuchar, para estar abierto/a y disponible, para generar equipos responsables y comprometidos, para estar realmente al servicio de sus jugadores/as y de su equipo, en definitiva, para Liderar.

Por otra parte, su imagen pública, la percepción que los demás tendrán de él/ella, será la de una persona fría, distante, desvinculada, poco interesada por lo que los otros tienen para ofrecerle, poco abierta a escuchar a los demás, autoritaria, poco dispuesta a valorar otros puntos de vista, otras formas de hacer las cosas. Por todo esto, la capacidad de las personas para abrirse, exponerse y mostrar su vulnerabilidad, es una competencia fundamental en el desarrollo de las habilidades de liderazgo.

Considerar la vulnerabilidad como una fortaleza, no quiere decir que tengamos que afrontar la vida desde la total desprotección, en todos los ámbitos y en todas las situaciones. Significa, más bien, aceptar el hecho de que somos humanos, vulnerables, que tenemos puntos débiles, que cometemos errores y que podemos vivir con todo esto de una manera mucho más fluida y natural, con menos miedo, para comprobar que, al hacerlo, nos vinculamos más a los demás y la cosecha que recogemos es mucho más rica. Por el contrario, mantener la idea de que lo mejor es intentar ocultar nuestra condición humana, que no se nos vean las debilidades, es una creencia que limita mucho nuestras conversaciones, nuestras posibilidades y nuestra manera de ser y de estar en el mundo. ¡Atrévete!

Imanol Ibarrondo

Jugar x jugar (creatividad)

2 noviembre, 2013

futbol-calleLlegué a Lezama con 10 años e, inmediatamente, me colocaron de lateral derecho. Yo venía de meter goles ‘a saco’ en el colegio, en la calle y en todas partes. Por supuesto, jugaba de todo, ‘chupaba mogollón’ y quería tener siempre el balón. De lateral, me aburría mortalmente. ¡Quién quiere jugar con 10 años de lateral derecho! Jugábamos Fútbol-11 y tocaba 5 balones por partido. Se trataba de un sistema de competición absurdo que, en lugar de adaptar el fútbol a la medida del niño, obligaba a los más jóvenes a adaptarse al fútbol adulto.Dicen, con razón, los grandes de otras épocas que, al fútbol, se aprendía a jugar en la calle. Allí, el juego, la diversión, era lo más importante. Lo único importante. El fútbol no se basaba en la repetición de ejercicios analíticos con el único objetivo de mejorar aspectos técnicos, sino que, a través del juego, se mejoraba continuamente la percepción, la toma de decisiones y la ejecución de la acción técnica más adecuada. Jugando, aprendíamos a jugar, a entender el juego.

Creábamos nuestros propios juegos y reglas. Si había pocos jugadores, se jugaba sin portero y con porterías pequeñas. Si venían más, se movían hacia atrás los ‘jerseys’ o se hacían más grandes las porterías. Si había poco espacio o era insuficiente para jugar en dos porterías, se jugaba en una a gol-portero o a centros y remates. Sin saberlo, nos obligábamos continuamente a adaptarnos buscando nuevas soluciones para expresar nuestra creatividad y espontaneidad en un entorno lúdico, totalmente ajeno a las exigencias estresantes del Fútbol 11 y su reglamentación para adultos.

Por supuesto, jugábamos de todo y en todas las posiciones. Arriesgábamos haciendo cosas que no dominábamos bien, sin miedo a cometer errores y a perder el balón. Y, sobre todo, nos divertíamos mucho, porque solamente quien se divierte jugando puede ser creativo. Ni que decir tiene que no había entrenador. No era necesario.

La vigilancia excesiva, el control riguroso y la corrección permanente generan una sensación de falta de libertad y de opresión que limita la creatividad y aburre. Antes solamente había fútbol (casi), mientras que hoy, abundan por doquier el ocio, la diversión y el entretenimiento para los más jóvenes. Si no disfrutan entrenando y jugando, antes o después, desertarán del fútbol.

Andrés Iniesta, tras ser proclamando MVP de la Eurocopa, fue cuestionado sobre si, tras ese reconocimiento, aspiraba a ganar el ‘balón de oro’. Su respuesta fue concluyente: “Juego para ser feliz, no para ganar balones de oro”.

‘Jugar por jugar’. Así eran las cosas en el fútbol de los niños y así deberían seguir siendo.

Imanol Ibarrondo

PD. Reglas del fútbol callejero

1.- El partido solo se acaba cuando todos están cansados.

2.- Solo se pita falta si alguien sale llorando.

3.- No hay fuera de juego.

4.- No hay árbitro.

5.- No hay entrenador.

6.- Los dos mejores (todos saben quiénes son) nunca pueden estar en el mismo equipo.

7.- Los dos mejores ‘echan a pies’ y eligen los equipos.

8.- Si el dueño del balón se enfada, se acaba el partido.

9.- La barrera siempre estará cerca de la pelota y, el que saca la falta, tira a ‘fusilar’.

10.- Los malos se pondrán de defensa o palomeros.

11.- la ley de la botella; el que la tira va a por ella.

12.- La ley del vaso: el que la tira no hace caso.

13.- Si hay penalty en contra, el ‘bueno’ se pone de portero.

14- La portería son dos piedras o dos jerseys… y siempre habrá una más pequeña que la otra.

15.- Todos saben cuando ha sido ‘alta’ o ‘poste’ (ambos invisibles).

16.- Regla de oro: aunque se vaya 20-0, el partido se decide por ‘el que meta, gana’.

¿Se te ocurre alguna más?

Imanol Ibarrondo

Reflexiones sobre liderazgo (I)

2 noviembre, 2013

Nueva imagen (1)Quedaban solamente cuatro partidos y teníamos que ganarlos todos para conseguir el ascenso a Primera, asegurando así la viabilidad del Club que pasaba (pasábamos) por grandes problemas económicos. No hacerlo significaba, de hecho, su desaparición y todos lo teníamos demasiado presente. Jugábamos fuera contra un equipo de la parte baja de la tabla y, a pesar de ser el mes de mayo, salió un día invernal, con mucha lluvia y un viento helado que te calaba hasta los huesos.

Nos marcaron el primero nada más comenzar y acusamos el gol de forma exagerada. Estábamos muy tensos y, por la cabeza de cada uno de nosotros, comenzaron a pulular todo tipo de fantasmas, emociones y pensamientos negativos que nos bloqueaban, provocando continuos errores y pérdidas de concentración. Un descalabro.

El baño que nos estaban dando era espectacular y perdíamos 2-0 al descanso. Cuando entramos en la caseta, algunos discutían, otros gritaban y la mayoría estábamos con la cabeza baja, anticipando el inminente desastre que, inevitablemente, se iba a producir. La angustia, la frustración y mucho miedo, eran las densas emociones que ocupaban todo el espacio. La ansiedad hacía que nuestra mente fuera a toda velocidad y nos viéramos ya hundidos, fracasados y con un futuro muy incierto. Una ola de fatalismo lo inundaba todo. Pesaba el ambiente.

Cinco minutos más tarde, el entrenador entró en el vestuario. Todos esperábamos que se sumara, de alguna manera, al secuestro emocional que en ese momento invadía el vestuario, cuando él, a la vez que alzaba los cuellos de su abrigo, dijo con toda calma y una sonrisa: “¡Joé, qué frío hace!. ¿Alguien quiere un cafecito?”. Y se puso a servirnos cafés…

El efecto que su sorprendente actitud tuvo en el estado de ánimo del equipo fue tremendo. Los recursos que demostró en ese momento decisivo para controlar sus impulsos y permanecer sereno, a pesar de las presión que todos sentíamos, él también, supuso una liberación inmediata para todos nosotros.

La demostración que hizo, de forma tan sencilla, de su capacidad para conectar emocionalmente con el grupo, su decisión de ponerse a nuestro servicio, de auto controlarse, de empatizar con nuestro miedo y angustia, de sentir nuestra emoción. Solamente con una frase y una cálida sonrisa, la transformó en un solo instante. Los oscuros nubarrones que presagiaban la catástrofe comenzaron a evaporarse y comenzó a soplar una leve brisa de ilusión renovada, esperanza y optimismo. Las cabezas arriba, palabras de ánimo y confianza, alguna sonrisa… ¡Quizá todavía pudiéramos conseguirlo!

Su capacidad para evitar un secuestro emocional, para mantenerse sereno y no descargar sobre el equipo su rabia y frustración por un primer tiempo lamentable que ponía en grave riesgo el futuro de todos, le ayudó también a pensar con claridad, hacer algunos cambios y modificaciones tácticas que convirtieron la brisa de confianza en la salida en un huracán de juego y goles que nos permitió remontar y ganar el partido.

El decidió ponerse en nuestros zapatos, quitándose previamente los suyos y, en esos cinco minutos que tardó en entrar al vestuario, quizá se preguntó: ‘¿qué necesitan mis jugadores de mí ahora?, ¿cómo les puedo ayudar?, ¿quién necesito ser en este momento?, ¿cómo estoy yo?, ¿qué me está pasando?, ¿cuál es el reto aquí para mí?, ¿qué necesito hacer o decir?…” Su decisión de ejercer de Líder y no de entrenador o jefe, de servir en lugar de mandar, cambió el partido y nuestro destino esa temporada. Finalmente ascendimos… pero ahora sé que lo logramos en aquel descanso, gracias a un Líder que se atrevió a preguntar: «¿alguien quiere un cafecito?».

Liderar no es cuestión de glamour, ni de simpatía, oratoria o elegancia. Esos pueden ser atributos de popularidad, pero no necesariamente lo son de liderazgo. Al Líder no se le mide por su personalidad o estilo, sino por la calidad de su acción. Lo que realmente importa es qué es lo que haces y con qué te comprometes.

Todos podemos liderar… podemos y debemos hacerlo, primero con nosotros (auto-liderazgo) y luego con los demás. Tan solo se trata de ser más conscientes y desarrollar algunas habilidades y competencias sencillas, para poder hacerlo con mayor continuidad, con más personas y con un impacto superior. El liderazgo es, sin duda, una actitud y, como tal, se puede aprender y desarrollar. No hay excusas. Tú, también eres un Líder.

Imanol Ibarrondo

Determinator

23 octubre, 2013

Rafael Nadal (L) of Spain embraces Roger Federer of Switzerland durinHace un par de semanas, viendo la final del Open USA, pude comprobar de nuevo hasta qué punto se agranda la figura de Rafa Nadal en las situaciones más desfavorables. Donde la inmensa mayoría de los deportistas negociaría una rendición honorable con su rival, él es capaz, justo ahí, de demostrar una determinación incomparable, arriesgando, creciéndose y superando sus límites, una y otra vez, hasta convertirse en la leyenda que ya es.

¿Cómo puede hacerlo?, ¿de dónde sale esa determinación?, ¿de dónde viene ese valor para arriesgar?, ¿por qué los deportistas tienen miedo a ganar?, ¿qué es y de dónde viene la presión?, ¿unos tienen deseos de ganar y otros no?, ¿se puede aprender?, ¿y mejorar? …

Revisando el muy recomendable libro de Timothy Gallwey (El juego interior del tenis), he llegado a la conclusión de que Rafa Nadal ha descubierto el sentido auténtico de la competición, que detalla el referido autor.És muy consciente de que tanto en la victoria como en la derrota, no está en juego para nada su valía como persona. No es rehén de esa creencia tan limitante para un deportista, bajo cuya perspectiva, lo que eres, depende de tus resultados, de forma que, solamente siendo el mejor, solo ganando, crees que encontrarás el respeto y el amor que buscas.

Así, se desesperan cuando pierden… no tanto por la derrota en sí, sino por la identificación que hacen entre la derrota y su identidad. Si pierdo, no soy suficientemente bueno y no soy merecedor del reconocimiento de los demás. Demoledor. Una creencia, extendida al máximo en el deporte e instalada en nuestro disco duro desde la más tierna infancia, desde esos días en que llegabas a casa después de un partido y la primera pregunta era…. ¿qué has hecho?… Ganar ya comenzaba a ser lo más importante.

Por eso, a veces, en el momento decisivo, en el último  punto, en el partido clave, en ese penalti, en el tiro libre definitivo… se apodera de ti el miedo a ganar,porque consideras, desde esta perspectiva absolutamente inconsciente, que levas a infligir al contrario el mismo daño y dolor que la derrota te produce a ti… y te sientes culpable… y fallas. No es un pensamiento consciente, pero está ahí, y desde el fondo de tu mente, domina ese instante. No es el miedo a perder, sino el miedo a ganar lo que te bloquea en ese momento decisivo. No es la oscuridad sino la luz lo que nos paraliza.

Rafa ‘Determinator’ Nadal, en este sentido, pertenece a otra especie. No hay más que escuchar sus declaraciones tras las victorias, el respeto exquisito que muestra hacia sus rivales, los sinceros reconocimientos que les regala e, incluso, los agradecimientos que les dirige, para entender que su inquebrantable deseo de ganar viene de otro sitio.

Él entiende que ganar es, sencillamente, superar obstáculos para alcanzar un objetivo. Desde ahí, su percepción de los rivales y de la competición es la de personas que cooperan con él para ayudarle a alcanzarlo. Cuanto mejores son sus oponentes, más le ayudan. Gracias a ellos,consigue mejorar cada día, superando sus límites y convirtiéndose en el mejor jugador de tenis que podría llegar ser. Sabe que ambos se necesitan para crecer. Cooperan y compiten. «Coopiten».

Desde esta sugerente perspectiva (coopetir), Nadal no tiene miedo a ganar y no se le encoge el brazo en el momento caliente del partido. No está destrozando a nadie, ni perdiéndole el respeto, sabe que no se está poniendo en duda la valía personal de su adversario, ni la suya. Bajo esta creencia potenciadora, nadie es derrotado. Ambos competidores se benefician del esfuerzo realizado para superar la resistencia del rival. Los dos jugadores se hacen más fuertes y cada uno participa en el desarrollo y crecimiento del otro.

Visto de esta forma, Nadal le hace un favor a cada uno de su rivales esforzándose al máximo y obligándole a su vez a dar lo mejor que tenga. Eso es lo que espera él de sus rivales y, quizá por eso, se lo agradece públicamente en las grandes finales.

El objetivo es ganar, pero el secreto es no preocuparse por el resultado final, algo que realmente escapa a tu control y genera grandes dosis de ansiedad, sino en centrar toda tu energía y atención en cada punto y en cada jugada. Hacer el máximo esfuerzo para estar presente y plenamente consciente en cada acción. Ese es el auténtico reto; superar cada obstáculo, mejorar y crecer en cada jugada, en cada punto y en cada partido. La victoria es solamente el resultado natural de este proceso.

Quienes confunden su Identidad, su yo auténtico y verdadero, con las victorias, resultados, logros o habilidades, ignoran el increíble e inconmensurable valor de cada ser humano. Quienes compiten solamente impulsados por esta creencia están poseídos por una afán de triunfo desmedido que eclipsa todo lo demás. Su discurso es repetitivo y reconocible;soy un ganador nato, ganar es lo único importante, la historia no recuerda los perdedores…. La tragedia para estas personas es que, aunque en ocasiones alcancen el efímero éxito de la victoria, no encontrarán ahí la plenitud, la serenidad, el respeto y el amor que buscan desesperadamente.

Ellos persiguen la Gloria, pero la Gloria no se busca, se encuentra, transitando por un sendero sin atajos, un camino reservado para aquellos valientes que se atreven a conectar con su mejor versión e inspiran a  los demás con su ejemplo, dejando una huella indeleble en el recuerdo y en los corazones de las personas que les admiramos por su coraje.

Sin duda, el coaching es una potente herramienta y una apasionante disciplina al servicio de los deportistas y entrenadores para conectar con el sentido verdadero de la competición, para despertar a su ‘Determinator’ y para comenzar a descubrir su verdadera identidad, de manera que, nunca más, ganar o perder un partido, ponga en duda su incalculable valor como persona, porque eso es, sencillamente, Tierra Sagrada.

Imanol Ibarrondo

Enthousiasmós

23 octubre, 2013

soy asiNo se trata del nombre de un media punta griego. «Que lleva un dios dentro”, este es el significado de la palabra griega ‘enthousismós’ (en + Theós). Cuando alguien se dejaba llevar por el entusiasmo se suponía que un dios había entrado en él/ella, sirviéndose de su persona para manifestarse. Quienes así actuaban, merecían el respeto y la admiración de los demás porque estaban poseídas por un aliento divino. ¡Qué chulo!

Partiendo de la etimología de ‘entusiasmo’, no encuentro mejor definición actualizada de esta sugerente palabra que la que aparece en el Blog de Andrés Ubierna; “Un entusiasta es un soñador infatigable, un inventor de proyectos, un creador de estrategias que contagia a los otros sus sueños. No es un ciego, no es un inconsciente. Sabe que hay dificultades, obstáculos, a veces insolubles. Sabe que de cada diez iniciativas, nueve fracasan. Pero no se deprime. Empieza de nuevo, se renueva. Su mente es fértil. Busca continuamente caminos, senderos alternativos. Es un creador de posibilidades.

El entusiasta sabe que el hombre es débil, sabe que existe el mal, ve las mezquindades. Ha sufrido desilusiones. Pero ha decidido contar con el bien, basarse en ello. Apela a la parte más creativa, más generosa de aquellos que lo rodean. Los estimula a que la utilicen, a hacerla fructificar. Los obliga, a pesar de sí mismos, a ser mejor de lo que hubieran sido. Y, así, hace germinar sus potencialidades, los hace crecer. Los arrastra consigo demostrándoles que, actuando con empuje, con optimismo, de manera generosa, las cosas son posibles”.

Ser entusiasta es una elección consciente que está al alcance de cualquiera. Posiblemente, el entusiasta ha decidido agradecer lo que tiene y lo que es, en lugar de pensar en todo lo que le falta o le gustaría tener. ¡Hay tanto que agradecer! El cambio de perspectiva es tan radical que nos abre infinitas posibilidades para estar entusiasmado cada día. Me gusta pensar que yo soy así, aunque me descubra demasiadas veces muy lejos serlo.

Necesitamos con urgencia abandonar ya el viejo paradigma cartesiano de ‘las cosas son así’ o ‘aquí siempre se ha hecho así’, junto con su primera y demoledora derivada ‘yo soy así’, para acercarnos al nuevo, que sostiene que ‘la realidad es interpretable’. No existe la verdad absoluta. Hasta las mentes más necesitadas de datos concretos y acostumbradas a trabajar con hechos medibles y observables aceptan esta nueva premisa. ‘Cambia tu forma de ver las cosas y las cosas cambiarán’ afirmó Max Plank, extraordinario físico y premio Nobel en 1918, tras comprobar que es imposible separar el hecho observado del observador.

Albert Einstein, una de las mentes más brillantes del pasado siglo mantenía que la decisión más importante que debe tomar en su vida cualquier ser humano es responder a esta pregunta; ¿Consideras que vives en un Universo amigable u hostil? En función de lo que crees, creas tu propia realidad. El mundo no “es”, nosotros lo hacemos. Se trata de una elección y, por lo tanto, de una decisión personal. ¿Cómo quieres interpretar tu realidad?, ¿quieres estar agradecido o preocupado? Tú eliges qué quieres pensar, tú decides y, desde ahí, controlas tu actitud. Me ha costado demasiado tiempo descubrir que mi actitud, finalmente, depende solamente de mí. De nada ni de nadie más… y la puedo crear, reforzar y mantener con cada cosa que hago.

Creo que, con el tiempo, estoy desarrollando un talento; soy muy capaz de ver como bellotas a las personas con las que trabajo. Como seres humanos completos, creativos y llenos de recursos. No me cuesta nada verlas así y, esta creencia potenciadora, me facilita enormemente acompañarles en su proceso de auto descubrimiento y desarrollo.  A ‘entusiasmarles’, a ayudarles a conectar con el ‘dios’ que llevan dentro y a llenarse de energía para ponerse en marcha hacia sus objetivos, sus metas y sus sueños. Me gusta hacerlo. Me entusiasma verles así, con un propósito por descubrir. Lo necesito. De hecho, no es posible entusiasmar a nadie si tú mismo no lo estás. Debería hacerlo más, mucho más. Me siento tan bien cuando lo hago…

También disfruto al máximo con la formación porque me permite impulsar a muchas personas a la vez, inspirarlas para que se atrevan a brillar y a ser luz para los demás. Para que tengan el coraje de Liderar al servicio de las personas sobre las que tienen influencia y responsabilidad. Creo que enseño lo poco que sé, pero espero contagiar mucho de lo que soy.

Dicen algunos sabios que no atraes lo que quieres en la vida, sino lo que eres. Creo en eso y he decidido ser entusiasta a tiempo completo. Ahora me toca hacer más cosas (muchas más) de las que estoy haciendo para atraer a mi vida más de lo que soy. Estoy seguro que tener deseos ayuda a cambiar la vida, pero aún lo estoy más de que cambiar, poco a poco, algunas cosas de la vida cotidiana, es la mejor forma de alcanzar los deseos.

William James escribió que “El pájaro no canta porque es feliz, sino que es feliz porque canta”. Creo que hace demasiado tiempo que muchas personas dejaron de cantar (perdieron el entusiasmo) esperando que les entrasen las ganas de cantar. Un gran cambio se produce gracias a otro pequeño y las cosas cambiarán si cambiamos algunas cosas.

Y tú, ¿qué pequeños cambios necesitas hacer para actuar como ‘si tuvieras un dios dentro’?

Imanol Ibarrondo