«Las semillas duermen en el secreto de la tierra hasta que a una de ellas se le ocurre la fantasía de despertar”. (‘El principito’ de A.S. Exupéry).
Al igual que una pequeña bellota ya tiene dentro todo lo que necesita para convertirse en un roble extraordinario, así cada persona viene completa de serie y con todos los recursos que le harán falta para convertirse en la mejor versión de sí misma.
No pretendo que se lo crean, ni es una verdad incontestable (¿acaso existen?), tampoco lo puedo demostrar, no es por tanto dogma de fe, ni una doctrina que hay que seguir a pies juntillas. Tan solo es una creencia potenciadora que me ayuda a ver a las personas y equipos con los que trabajo, no solamente como lo que son a día de hoy, sino como lo que podrían llegar a ser si se atrevieran a serlo. Es simple, pero funciona. La esencia de cada uno nunca se pierde, está ahí, dormida, en el fondo de nuestro ser, esperando a que despertemos. A veces, tan solo necesitamos que alguien crea, de verdad, en nosotros/as, alguien que nos vea con ‘mirada bellotera’ para comenzar a florecer.
Desde esta creencia, reconozco mi desconfianza hacia aquellas escuelas o entrenadores que consideran que pueden crear el prototipo de deportista ideal para determinado puesto o equipo. Se muestran incapaces de ver más allá de lo que quieren ver, dedicándose a etiquetar a sus jugadores, limitándoles enormemente, poniendo el foco en lo que está mal, en lo que falta, en lo que no funciona o no se adapta a su troquel y se pierden tantas cosas… Pierden de vista la esencia de lo que ya está dentro, por no tener la actitud de curiosidad genuina para descubrir cuál es el regalo que cada uno lleva en su interior y que está esperando ser desvelado.
Así como el jardinero sabe que no necesita meter nada dentro de la bellota, tan solo plantarla en un lugar fecundo, regarla, cortar algunas ramitas, tener paciencia y dar tiempo, el trabajo del entrenador no consiste en ‘meter’ sino en ‘sacar’ lo que ya es, descubrir qué es lo que le hace a cada uno único, diferente y especial, identificar y valorar la diversidad, reconocer su esencia, potenciarla y hacerla crecer, sin pretender transformarla en otra cosa, en lo que no es. Sembrar.
“Trata a un deportista como lo que es y seguirá siendo lo que es. Trátale como puede llegar a ser y se convertirá en lo que puede llegar a ser”. W.A. Goethe (adaptado).
Creo honestamente que ningún entrenador puede hacer un jugador… pero sí que puede deshacerlo. El jugador que vaya a ser ya es, ya está dentro. La labor del entrenador/Líder se parece mucho a la del escultor. Cuando al gran Miguel Ángel le preguntaban cómo era capaz de crear tan magníficas obras, él se limitaba a responder que su trabajo únicamente consistía en desvelar lo que ya estaba ahí, oculto bajo la piedra. Una vez más, al servicio.
Las habilidades y actitudes para ‘sacar’, para desvelar lo que ya está dentro, lo que ya es, son notablemente diferentes a las que se utilizan para ‘meter’. Juanma Lillo escribió que «un deportista no es un bote que hay que llenar, sino una llama que hay que encender«. Al coaching se le reconoce también como el ‘arte de soplar brasas’ (libro de Leonardo Wolk). No se me ocurre definición más adecuada para describir la responsabilidad fundamental de cualquier entrenador. Se necesitan entusiastas, inspiradores, personas que hagan creer a sus jugadores que pueden ser mejores de lo que están siendo. Necesitamos sopladores de brasas. Líderes al servicio de sus deportistas.
Su apasionante reto será despertar la semilla que está latente y deseando brotar dentro de cada uno de ellos/as. Escultores, jardineros, sopladores de brasas… cualquiera de estas imágenes vale para ilustrar la inestimable labor de alguien cuya función va mucho más allá de entrenar jugadores; se trata más bien de tener el coraje de brillar y ser luz para poder liderar a tus deportistas. De atreverte a mirar, tú también, hacia dentro, y maravillarte descubriendo qué es lo que hay en lo más profundo de tu bellota esperando despertar. Palabras mayores. ¿Te atreves?
Imanol Ibarrondo