Gracias Celeste

Para los amantes del fútbol y la literatura, quiero  recomendarles el libro de fútbol más delicioso que he disfrutado nunca. ‘El fútbol a sol y sombra’ del uruguayo Eduardo Galeano relata, con una brillantez, sensibilidad y sentido del humor insuperables, los momentos sublimes de la historia del fútbol a través de los Mundiales. Ojeándolo de nuevo esta semana, he entendido porqué Uruguay no podía perpetrar un tongo como el que, con toda naturalidad, se estaba planteando en los medios de comunicación de todo el Mundo para el Uruguay-Mexico.

Se trata de un pequeño país, de poco más de 3 MM de habitantes que defiende su identidad atrapado entre el océano y dos gigantes como Argentina y Brasil. A pesar de ello, ha sido 2 veces campeón Olímpico, 14 veces campeón de América (el que más)  y campeón del Mundo en 2 ocasiones. Una de ellas recordada por todos los apasionados del fútbol como la mayor gesta de la historia de los Mundiales; el Maracanazo, remontando un 1-0 contra Brasil, ante 200.000 enfervorecidos espectadores para proclamarse campeón del Mundo en 1950.

Uruguay lleva exportando cientos de jugadores a Europa en las últimas décadas. Hablamos en general de jugadores valientes, comprometidos, solidarios, humildes, sobrios, trabajadores, discretos y bravos que ofrecen un alto rendimiento en sus clubes. Son jugadores que entienden el juego desde muy jóvenes y que conocen y viven conectados a su esencia. Jugadores con carácter y muy competitivos.

Un país que resiste así, apretado entre dos colosos, se nutre de personas orgullosas de ser quien son, que defienden y demuestran ese carácter en cada ocasión, reflejando con claridad porqué han conseguido tantos éxitos en el fútbol, a pesar de sus limitaciones socio-demográficas. Contra Mexico, tenían de nuevo la oportunidad de enseñar al mundo cómo son y no la desaprovecharon.

Estaba en la mente de todos revivir en un Mundial el partido de la vergüenza entre Alemania y Austria del 82 que dejó fuera a Argelia, en un tongo tan descarado que obligó a FIFA a cambiar las reglas de los Mundiales poniendo los partidos decisivos de clasificación a la misma hora. Ambas se clasificaron, pero la indignidad y la vergüenza les han perseguido durante casi 30 años, hasta el punto de que, uno de los protagonistas de aquel delito, Hans Peter Briegel, ha pedido disculpas públicas esta semana por la violación a lo más sagrado del fútbol que cometieron aquel día.

El deseo de ganar forma parte de la esencia del juego desde que el juego es juego. Un jugador de fútbol, sin ese deseo, no debería ni salir al campo. Se juega para ganar. Se sale campo para alcanzar la victoria y la gloria. Eso es algo irrenunciable e innegociable estando por encima de cualquier otra consideración. Es la propia naturaleza del juego la que exige esa determinación. Ese es el motivo por el que más de 1.000 millones de aficionados, a través de los jugadores, disfrutamos intensamente del fútbol, nos emocionamos y, viéndoles jugar como niños, volvemos a ser niños. Quitarnos eso es robarnos. Es crearnos dudas sobre dónde está el límite de los intereses y conveniencias. ¿Puede ser interesante, también en algún caso, jugar para perder?. El gran riesgo de negociar con este principio básico es dejar de creer en la honestidad del fútbol y de los futbolistas y, eso, sí sería dramático.

Pactar un resultado antes de jugar es un atentado contra la esencia del juego. Es un insulto al fútbol. Es robar el alma del juego. Es deshonroso para todos los que participan en la conspiración pero, sobre todo, es indigno para los futbolistas. Creo que no son conscientes del daño que se hacen a sí mismos (que pregunten a Briegel), al fútbol y a todos los que amamos este deporte.

La Celeste volvió a dar un gran ejemplo y ganó dos veces. Ganó el partido y se ganó también, una vez más (como en la Final del 50), la admiración y el respeto de todo el planeta fútbol por un país y unos jugadores honestos, atrevidos, sin miedo y con la nobleza y el orgullo necesarios para arriesgar e ir a por la victoria con decisión y valentía.

Se juega para ganar y, alcanzar la gloria en un Mundial es, sin duda, lo máximo para un futbolista,… pero no vale todo para ganar. El respeto a los valores fundamentales del juego, como por ejemplo, el deseo de ganar siempre, es un requisito imprescindible para alcanzar tal Honor. El gran premio de la inmortalidad y el recuerdo imborrable en nuestros corazones solamente está reservado para los elegidos; para los que no cogen atajos ni hacen trampas; para los que respetan y viven la esencia del fútbol.

Imanol Ibarrondo

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