Vaya despedida! Me impactó el enorme contraste que se produjo tras el pitido final. El entrenador cerrando los puños festejando un éxito indudable y San Mamés dedicando una sonora pitada, tan general como inesperada. Más allá del runrrún por los cambios y la actitud contemplativa del equipo durante el partido (nada nuevo bajo el sol), nadie presagiaba un final tan sorprendente. Más que nunca quedó patente la distancia sideral entre algunos de los valores que definen al técnico de Utrera, y que lleva grabados a fuego en su ADN, con la concepción que tenemos aquí de lo que realmente es importante. Fue un reflejo cristalino de dos formas antagónicas de entender la competición, el fútbol y, si me apuran, la propia vida. Los aficionados se permitieron expresar su malestar, su rechazo, su hastío y su disgusto por el comportamiento y la actitud de un equipo apocado, encogido, sin alegría, temeroso y pequeño, adjetivos que están muy lejos de representar la esencia y la grandeza del Athletic. Han sido demasiados partidos con la desagradable sensación de jugar a no jugar.
Tras la clamorosa reacción de los dueños del club mostrando con rotundidad su desaprobación en un día presuntamente destinado a la celebración, debiera haber un aprendizaje muy potente para todos sus estamentos, fundamentalmente para presidente, directiva, técnicos y futbolistas. Puedo entender e incluso compartir la decepción y el disgusto del entrenador y los jugadores, que, a pesar de alcanzar el objetivo de la clasificación europea, reciben la reprimenda de San Mamés. Pero, más allá de esa emoción respetable, queda el mensaje clarificador de que, en el Athletic, el fin no justifica los medios. No es suficiente con alcanzar el objetivo. Importa el cómo. No es que la afición quiera siempre más, como se ha repetido toda la semana justificando el desaire, es que quiere otra cosa. Los sonoros cánticos de Hau ez da gure estiloa deben seguir resonando con fuerza en las cabezas de los protagonistas. Toca reflexión. Profunda.
Dicho esto, el trabajo de Caparrós y de todo su equipo merece un sincero reconocimiento. Es un hombre apasionado, coherente con sus principios, listo y firme en sus convicciones. Nadie puede sentirse engañado ya que nunca prometió algo diferente. Él es un especialista y muy bueno en lo suyo. Cogió un equipo enfermo y lo ha dejado completamente recuperado. Cuando llegó, el Athletic se encontraba prácticamente en coma, ingresado en la UVI y con pronóstico reservado. Tras someterlo a un intenso tratamiento de choque durante las dos primeras temporadas, con notables altibajos en su evolución (en un mes, final de Copa y partido dramático en Liga, contra el Betis, con Armando de salvador), finalmente fue recuperando sus constantes vitales hasta ser trasladado a planta, donde ha permanecido los dos últimos años convaleciente, pero disfrutando de calma y tranquilidad. Lo cierto es que, al principio y durante un tiempo, a todos nos pareció bien tener que tomar aceite de ricino cada domingo como reconstituyente para un equipo decaído, sin confianza y a punto de un ataque de nervios. Cuatro años después, los familiares y amigos del paciente esperamos ansiosos que reciba ya el alta médica para comenzar una nueva etapa, impulsando al máximo el crecimiento y el rendimiento de este equipo. Caparrós asumió con decisión la hoja de ruta del club y, utilizado sus propias recetas, con un estilo espartano, poco dado a alegrías estéticas y demás concesiones a la galería tan alejadas de su ideario, ha conseguido los objetivos. Independientemente de lo que pase a partir de ahora, es justo felicitarle por su trayectoria. Prueba superada.
A partir de aquí, los defensores de la continuidad del técnico de Utrera la reivindican alertando que existen muchos peligros fuera del hospital, que hace mucho frío fuera y que no es conveniente cambiar de tratamiento, ni tampoco de especialista. En mi opinión, se equivocan. Apelar al miedo en esta tierra no es una buena elección. No es precisamente la falta de valor, empuje, atrevimiento, creatividad y decisión lo que define a los vizcainos. Somos muy capaces de soñar con visiones inspiradoras que parecen inalcanzables para otros y hacerlas realidad. El propio Athletic es la mejor prueba de ello. Forma parte de nuestra naturaleza acometer grandes retos con determinación, alegría, optimismo y coraje. También sabemos afrontar las dificultades con unidad y entereza. Así se salvó el equipo hace cuatro años, pero durante más de 110 años de historia ha existido en este club una regla general de comportamiento, un criterio sencillo, claro y fácil de entender, aunque no tanto de aplicar: jugar siempre y en todo lugar con el orgullo y la dignidad de un equipo grande. Eso es lo que somos. Podremos ganar y podremos perder, pero siempre que podamos, iremos a por ellos. Honestos, alegres, nobles, ambiciosos y valientes. Así nos gusta verles. Así nos gusta vernos.
Afortunadamente, estas dos corrientes de opinión (los que quieren el alta médica y los que prefieren seguir en observación) podrán decidir en breve qué es lo más conveniente para el Athletic. Lo increíble es no saber todavía cuándo. Parece que al presidente le cuesta aceptar que este club no es una sociedad anónima, sino un club deportivo propiedad de sus socios. Ya tuvo un desliz deslegitimando a sus representantes legales en la asamblea, los compromisarios, cuando afirmó que los socios habrían aprobado la propuesta de estatutos que lideró, y ha repetido esta semana, obviando esta vez la reacción de San Mamés, declarando que la mayoría estará muy contenta con esta temporada. ¿Quién es la mayoría para el presidente? Creo que este injustificable retraso en la convocatoria electoral, así como otras muchas actitudes, decisiones y comportamientos, retratan perfectamente la única prioridad del presidente-candidato desde hace meses: garantizarse su reelección. Semejante capricho podría dar lugar al absurdo de que el equipo, si se viera abocado a disputar dos rondas previas para jugar en Europa, tuviera que volver a los entrenamientos sin entrenador y sin presidente. Algo insólito e impropio del Athletic.
Imanol Ibarrondo
Nota: post publicado como artículo en el periódico DEIA de fecha 21 de mayo de 2011